jueves, 22 de marzo de 2012

La tierra en las uñas

Estoy convencida  de que para formar hombres y mujeres revolucionarios, fuertes, comprometidas y brillantes, primero necesitan ser niños felices, en toda la extensión de la palabra.

Cada mañana se emite un cúmulo de noticias que nos recuerdan la triste y grave situación en la que estamos sumidos como sociedad. Nuestro tejido social está roto. Fracturado.
Los problemas sociales en México van desde corrupción en todos los niveles; educación deficiente; algunos medios irresponsables, otros sin poder hacer su trabajo por temor, consumo y tráfico de drogas; disputa de narcotraficantes por las “plazas”, sindicatos obsoletos, violencia contra menores; trata de blancas; secuestro, extorsión, pésima distribución de la riqueza, insultantes crisis económicas, sistema de impartición de justicia deficiente, y la lista continúa.
Es evidente que estos problemas se nos han salido de las manos, estamos rebasados. Se nos fueron del control muchas generaciones. Y se nos irán más, si no hacemos algo al respecto.
La tarea de educar es vital
Tal vez tendríamos un país distinto si dedicáramos nuestros esfuerzos a formar a niños y niñas felices. Con una amplia educación y cultura dentro y fuera de las aulas, rodeados de cariño, con muestras de respeto, enseñando con el ejemplo como es un buen ciudadano, como es una “buena persona”, cultivar el amor por la patria, por el  vecino, por la naturaleza.
Ellos son la esperanza –creo que la única–  que tiene México para salir victorioso de la situación  donde nos encontramos. Obviamente, necesitamos actuar HOY, hacer algo por el país desde la propia trinchera.
A veces resulta complicado pensar en el “cómo” sentados en una oficina, concentrados en el trabajo para sobrellevar la vida.  A veces, también parte de las soluciones están más cerca de lo creemos. En nuestras casas o muy cerca de ellas.
En lo particular una de mis trincheras es formar ciudadanos de una nueva generación fuerte y comprometida. Me ha tocado SER madre y estoy comprometida con esa tarea, SER parte, y no sólo observadora del crecimiento de mis hijos, porque la educación es una de las tareas más complejas que nos toca realizar como seres humanos.

Estoy convencida  de que para formar hombres y mujeres revolucionarios, fuertes, comprometidas y brillantes, primero necesitan ser niños felices, en toda la extensión de la palabra. Jugar libremente en los jardines, llenarse de tierra las uñas, rasparse las rodillas, caerse de las bicicletas, trepar árboles, escalar bardas, pintar paredes, explorar con animalitos, discutir con sus amigos, hacer sus tareas, conocer el teatro, el cine, la música, la pintura, hablar, leer, SER.
Aparentemente son actividades lúdicas, pero en el fondo son formadoras de carácter y de aprendizaje de vida. Yo sé que es difícil lograr que un niño logre desarrollarse el día de hoy en este tipo de ambiente, dadas las condiciones de violencia y económicas, pero con un poco de esfuerzo sí se puede.
Todos podemos ser parte de ese trabajo, tratándolos con respeto, respondiendo a sus preguntas, enseñarlos que no deben tomar artículos sin pagar de las tiendas, por más pequeño que sea, dirigirse con respeto a sus mayores y a la autoridad.
Son cosas tan sencillas que muchos las pasamos por alto, el respeto por las señales de tránsito, los peatones, levantar sus platos al terminar la comida, enseñarles el valor del dinero y de las cosas, el esfuerzo que los padres o tutores realizan por su bienestar. El trato digno hacia las mascotas, árboles y plantas; el respeto hacia lo “diferente”, y el daño físico y dolor moral que puede ocasionar un arma.
Tal vez todo esto suene obvio, pero en ocasiones no lo es. Y todos en conjunto como padres, tíos, abuelos o tutores o vecinos, tenemos esa responsabilidad. El machismo, la discriminación, el maltrato, la prepotencia, la soberbia, el enojo, la ira, la corrupción  se maman en casa.
No le podremos exigir mucho a esa generación que nos ha tocado educar, si no hacemos un esfuerzo real HOY por que sean niños y niñas completos, y no sólo pequeños objetos que hay que cuidar mientras hacemos algo “más importante”.
Todos fuimos niños algún día. Los líderes políticos, funcionarios, los maleantes, todos lo fueron.
Hay que analizar, trabajar y amar la infancia de México. Sólo así podremos planear y tener el país que anhelamos.